miércoles, 19 de noviembre de 2008

Los niños tienen miedo

Desde Italia, la colaboradora, la amiga de siempre Miranda Vallero nos hace llegar este estremecedor texto:


Los niños tienen miedo...


Uno arropa a este niño, lo abraza, pone los labios sobre su frente para ver si tiene fiebre, llama al médico... "le duele la barriguita, tiene tos..."



Se te anudan las tripas porque a este niño amado le duele la cabeza.

Ha faltado a la escuela.

Le silba un poco el pecho...

Una abraza a este niño y ruega a Dios que todos sus dolores se pasen a tu cuerpo.

Por el cielo de afuera pasa una nube blanca que parece una oveja.

Por el cielo de adentro ángeles invisibles se hamacan en el aire con olor a manzanas y amasan, como si fuera plastilina, las notas de la música que baila por la casa.


Allá no hay cielo.


Allá. Donde los chicos esperan el rayo de metal que los parta en pedazos.

Allá, donde les enseñan a usar una escafandra que los disfraza de monstruos. Y a aplicarse inyecciones entre ellos... Y ya no lloran de hambre, ni de frío, ni de dolor... sino de miedo.


Los niños tienen miedo.

Los han amenazado... señores con trajes impecables y corbatas bonitas. Señores que no parecen seres de otros planetas. Tienen dos ojos inexpresivos. Tienen la boca que pronuncia con desdén las palabras. Tienen apuro por comenzar la guerra porque estas armas de hoy están ocupando el lugar que ya está destinado para las armas nuevas, que fabrican con prisa.

Esos señores no tienen emociones. Para hacerlos, han clonado a las piedras. Cuando miran a un niño, no lo ven. Ven un bulto de andrajos, unas moscas molestas, unas llagas que nunca cicatrizan, y oyen ese quejido monocorde que se parece al llanto, a un llanto sordo, áspero, inaguantable... Deberán encontrar a un flautista que los guie hacia el borde del precipicio y termine con ellos como lo hizo con aquellas ratas...

Los niños tienen miedo. Se toman de las manos. Se apretujan. No quieren inyecciones ni escafandras. Máscaras parecidas al diablo. Huesitos que la piel apenas tapa. Y miedo, mucho miedo.

No miedo de las fieras de afilados colmillos, ni del diluvio, ni del terremoto...

Los niños tienen miedo de la camisa bien planchada, de los gemelos de oro, de la sonrisa de dientes perfectos con la que estos señores leen los titulares de los diarios y los discursos en los que la palabra libertad está marcada con resaltador amarillo... Y también tienen miedo de salir en las fotos que darán la vuelta al mundo mostrando su desesperación o sus tripas desparramadas por el suelo... porque han oído, alguna vez, y no lo han olvidado... que las fotos te roban el alma...

Poldy Bird



domingo, 16 de noviembre de 2008

Externos, de Rafael del Castillo Matamoros

Externos



A su alrededor notaba un remusgo de odio
pues él no era el marido
ni el hijo ni el hermano de nadie...

Graham Greene

Como cuando no tenemos una casa
ni un pocillo
un cajón
o cualquier otra prenda

Como cuando nunca hemos tenido una casa
y así vagamos por pasillos solitarios
o bebemos nuestro seco licor
recostados a la columna más sorda más lejana
mientras una voz llama insistentemente a alguien
cuyo nombre no es el nuestro

Como cuando nuestros amigos nos invitan a sus casas
y cantamos y bailamos y reímos con ellos
tal y como si estuviéramos en nuestra propia casa
para después de todo
sorprendernos de nuevo en la calle
perdidos
como en una casa 

Como cuando al atardecer
luego de haber recorrido de un lado a otro la ciudad
necesitamos una silla
un vaso de agua
o el ir y venir de alguien que
tras preparar la mesa está a punto de llamarnos

Como cuando no tenemos una casa
como cuando no hemos tenido nunca
una casa...

lunes, 3 de noviembre de 2008

Sembrando, por M. R. Blanco Belmonte


Un querido amigo ha compartido conmigo hoy un fragmento de este poema; lo traigo ahora íntegro, para solaz y aprendizaje. Quiero dedicarlo, además, a todos los hermanos que en los 4 puntos cardinales hacen suya la lucha por los 5 cubanos prisioneros en los Estados Unidos

De aquel rincón bañado por los fulgores
del sol que nuestro cielo triunfante llena
de la florida tierra, donde entre flores,
se deslizó mi infancia dulce y serena;
envuelto en los recuerdos de mi pasado
borroso cual lo lejos del horizonte
guardo el extraño ejemplo nunca olvidado
del sembrador más raro que hubo en el monte.

Aun no sé si era sabio, loco o prudente
aquel hombre que humilde traje vestía
sólo sé que al mirarle toda la gente
son profundo respeto se descubría.
Y es que acaso su gesto severo y noble
a todos asombraba por lo arrogante:
¡Hasta los leñadores mirando al roble
sienten las majestades de lo gigante!

Una tarde de otoño subí a la sierra
y al sembrador, sembrando miré risueño:
¡Desde que existen hombres en la tierra
nunca se ha trabajado con tanto empeño!

Quise saber curioso, lo que el demente sembraba
en la montaña sola y bravía.
El infeliz oyóme benignamente
Y me dijo con honda melancolía:
- Siembro robles, pinos y sicomoros;
quiero llenar de frondas esta ladera,
quiero que otros disfruten de los tesoros
que darán estas plantas cuando yo muera.

-¿Por qué tantos afanes en la jornada
sin buscar recompensa? – Dije. Y el loco
murmuró con las manos sobre la azada:

-Acaso tu imagines que me equivoco;
acaso por ser niño, te asombre mucho
el soberano impulso que mi alma enciende;
por los que no trabajan, trabajo y lucho
si el mundo no lo sabe, ¡Dios me comprende!

Hoy es el egoísmo torpe maestro
A quien rendimos culto de varios modos:
Si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro
¡nunca pedimos pan para todos!

En la propia miseria los ojos fijos,
buscamos las riquezas que nos conviene
y todo lo arrostramos por nuestros hijos
¡es que los demás hijos no tienen?...

Vivimos siendo hermanos sólo en el nombre
y, en las guerras brutales con sed de robo
hay siempre un fratricida dentro del hombre
y el hombre par el hombre siempre es un lobo.

Por eso cuando al mundo triste contemplo
yo me afano y me impongo ruda tarea
y se vale mucho mi pobre ejemplo
aunque pobre y humilde parezca y sea.

¡Hay que luchar por todos lo que no luchan!
¡Hay que pedir por todos lo que no imploran!
¡Hay que hacer que oigan los que no escuchan!
¡Hay que llorar por todos los que no lloran!

Hay que ser cual abejas que en la colmena
fabrican para todos dulces panales.
Hay que ser como el agua que va serena
brindando al mundo entero frescos raudales.
Hay que imitar al viento que siembre flores
lo mismo en la montaña que en la llanura

Y hay que vivir la vida sembrando amores
con la vista y el alma siempre en la altura.
Dijo el loco, y con noble melancolía
por las breñas del monte siguió trepando
y al perderse en las sombras, aún repetía:

¡Hay que vivir sembrando! ¡Siempre sembrando!