jueves, 24 de abril de 2014

CUANDO PIENSO EN CIEN AÑOS DE SOLEDAD (*)


por Josefina de Diego
                                                                                a mi madre, Bella García Marruz
                                                                                y a María Luisa Elío
 
Cuando pienso en Cien años de soledad no pienso en García Márquez: pienso en mi madre.  La recuerdo recostada en su cama, con un cigarro en la mano, el cenicero al lado y una tacita de café.  Las tardes y noches en que mamá leyó Cien años de soledad (que fueron muchas, no porque se demorara en terminar la novela sino porque la leyó varias veces) las recuerdo como mágicas y encantadas.  Yo la miraba desde la puerta de su habitación, no podíamos interrumpirla, ella así nos lo había pedido. 
 
Pero tampoco hubiéramos podido hacerlo si lo hubiésemos intentado.  Su cuarto parecía estar bajo el efecto de algún hechizo. Había como una solemnidad en aquella lectura.  Mi madre se encontraba, en ese momento, en un espacio sagrado, solo de ella, en un lugar maravilloso al que entraba como si le perteneciera, como si siempre hubiese estado allí, en un “mundo raro”, fantástico y tierno a la vez, y que era para ella muy familiar.
 
Sola, mi madre, con un mundo prodigioso entre sus manos.  Así la recuerdo, encantada, como tocada por una luz adiamantada y cálida, feliz.
 
(*) Este texto forma parte del libro inédito ¿Y ya no tocan valses de Strauss?