sábado, 23 de noviembre de 2013

Desechando lo desechable

Por Marciano Durán *
Seguro que el destino se ha confabulado para complicarme la vida. No consigo acomodar el cuerpo a los nuevos tiempos. O por decirlo mejor: no consigo acomodar el cuerpo al “use y tire” ni al “compre y compre” ni al “desechable”.

Ya sé, tendría que ir a terapia o pedirle a algún siquiatra que me medicara. Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los gurisas. Los colgábamos en la cuerda junto a los chiripás; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales).

¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Sí, ya sé… a nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles uruguayas guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plast de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de alpaca en el cajón de los cubiertos! Es que vengo de un tiempo en que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después!

La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces. ¡Nos están jodiendo! ¡¡Yo los descubrí… lo hacen adrede!!

Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?

¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommier casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?

¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se deshecha y mientras tanto producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 50 años!

Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon.

La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor.

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el “guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo” pasarse al “compre y tire que ya se viene el modelo nuevo”. Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya sí era un nombre como para cambiarlo).  Me educaron para guardar todo. ¡Toooodo!

Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo. Sí… ya sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no.

Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas de jardinera… y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¡¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?!

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.

¡¡Cómo guardábamos!!

¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos!

¡¿Cómo para qué?!

Hacíamos limpia calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela.

¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.

Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Cañitos de plástico sin la tinta, cañitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraran al terminar su ciclo, los uruguayos inventábamos la recarga de los encendedores descartables.

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de paté o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.

¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más.

No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín. Las cosas no eran desechables… eran guardables.

¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al cuadril!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque del Banco de Seguros para hacer cuadros, y los cuentagotas de los remedios por si algún remedio no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos.

Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posamates, y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de cartas se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía “éste es un 4 de bastos”.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo. Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.

Así como hoy las nuevas generaciones deciden “matarlos” apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada… ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron “Tómese el helado y después tire la copita”, nosotros dijimos que sí, pero… ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico -las de suero y las de Agua Jane- se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. No lo voy a hacer. Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo que la bruja me gane de mano … y sea yo el entregado.

Y yo… no me entrego.

(Tomado del blog de Marciano Durán, Crónicas marcianas)

*Este artículo anda dando vueltas por Internet desde hace años como si fuera de la autoría de Eduardo Galeano. En realidad, fue escrito por el uruguayo Marciano Durán, enero de 2006.

lunes, 3 de junio de 2013

Poema de un recuerdo


                         Jorge Luis Borges

 

 Dime por favor donde no estás
en qué lugar puedo no ser tu ausencia
dónde puedo vivir sin recordarte,
y dónde recordar, sin que me duela.

Dime por favor en que vacío,
no está tu sombra llenando los centros;
dónde mi soledad es ella misma,
y no el sentir que tú te encuentras lejos.

Dime por favor por qué camino,
podré yo caminar, sin ser tu huella;
dónde podré correr no por buscarte,
y dónde descansar de mi tristeza.

Dime por favor cuál es la noche,
que no tiene el color de tu mirada;
cuál es el sol, que tiene luz tan solo,
y no la sensación de que me llamas.

Dime por favor donde hay un mar,
que no susurre a mis oídos tus palabras.

Dime por favor en qué rincón,
nadie podrá ver mi tristeza;
dime cuál es el hueco de mi almohada,
que no tiene apoyada tu cabeza.

Dime por favor cuál es la noche,
en que vendrás, para velar tu sueño;
que no puedo vivir, porque te extraño;
y que no puedo morir, porque te quiero.



viernes, 22 de marzo de 2013

La silla (relato completo)

Hace más de cuarenta años crucé la frontera de este país. Hace más de cuarenta años que dejé atrás mi gente, mi casa y mi país. Me bajé del barco con una maleta que tenía más agujeros que tela, en ella traía todo lo que alguien como yo podía necesitar, y que coincidía con todo lo que alguien como yo podía permitirse: una biblia, una foto de mi familia, una libreta para escribir cartas y un traje para los domingos. La biblia y la libreta quedaron inservibles por la humedad durante el viaje, el traje de los domingos quedó degradado a la categoría de traje de diario y la foto de la familia, aunque un poco dañada, fue la que mejor parada salió, todos seguían ahí, una mamá, un papá, una hermanita, dos hermanitos y una silla.

En mi tierra me habían hablado de un pana que se dedicaba a ayudar a los que recién llegaban, que se dedicaba a aliviarles la carga de los primeros días, pero no tardé en descubrir que lo único que aliviaba era su bolsillo. Así que allí me encontraba yo, pasando mi primera noche en este país, al resguardo de un portal desguarnecido, al abrigo de una ciudad desabrigada y fría.

Pronto pude colocarme en una habitación comunal, compartida a cama caliente, con otros compañeros de soledad, extrañezas y añoranzas. Aquello ya abrigaba más, aunque resultaba un poco sucio e insano. El poco dinero que había conseguido reunir para mi gran aventura se agotaba rápidamente, pero antes de pasar a mayores, tuve la suerte de encontrar un empleo. Como el de cualquier otro hermano estaba tan mal pagado y era tan indecente e ilegal como parecía desde fuera, pero era al mismo tiempo el único sustento posible, por lo que era el mejor empleo que tenía. Si el paraíso al que nos dirigíamos nos conducía por aquel camino de calamidades y penurias, es porque podíamos soportarlo, al menos eso hubiera dicho mi mamá. Ella siempre decía que Dios nunca nos enfrenta a pruebas que no seamos capaces de superar.

Tras algunos meses superé por fin aquella prueba y pude pasar a la siguiente fase. Simultáneamente al que ya tenía, encontré otro empleo que llenó mis noches de sudor y café aguado. El descanso pasó a ser, simplemente, un lujo que sólo me podía permitir en la parada del autobús. Pero aquel sacrificio me hizo capaz de reunir un poco de plata que enviar cada tanto a mi familia, allá en mi tierra. Realmente me encontraba en el buen camino. Mi familia, a cambio, me enviaba, como una especie de prueba de vida que la pobreza secuestradora les permitiera, la fotografía acostumbrada: la mamá, el papá, la hermanita, los hermanitos y la silla. Todos menos la silla, un poco más viejitos a cada estampa.

El tiempo pasaba y aquello que parecía una situación temporal, se iba convirtiendo en una situación indefinida, de la que ninguno podíamos conocer su final. Inmerso como estaba en conseguir plata con la que mi familia pudiera sacarse de encima aquella pobreza pegajosa e interminable, apenas si dediqué tiempo a establecer contacto con otros compatriotas. Cuando lo hice, todo ocurrió de sopetón. Recuerdo muy bien cuando acudí a la primera reunión. Uno de los del cuarto donde me alojaba pero adonde no iba a comer ni tan siquiera a dormir, me invitó. Acompáñenos, compadre, lo pasará usted en grande —me dijo; y así lo hice, le acompañé hasta el puerto. Los que allí trabajaban se las habían arreglado para que su patrón les permitiera utilizar una pequeña nave donde guardaban herramientas. Allí, otro del grupo, carpintero de profesión, había dispuesto una enorme tabla de madera en una de las paredes. En ella había pegadas colecciones completas de fotografías de familiares, cartas recibidas, declaraciones de amor, recuerdos, nostalgias y promesas anotadas en servilletas de bar, fechas lejanas de momentos ajenos… Me produjo tal fascinación que pasé horas mirando aquella tabla, repasé todo aquel material de arriba abajo. Toda aquella carga de nostalgia y de añoranza lejos de causarme un efecto corrosivo, me causó un efecto balsámico inmediato. Pedí permiso y enseguida quedaron expuestas las fotos que mi familia me había ido enviando y que hasta ese momento siempre me habían acompañado allí donde fuera. Compartir con otras personas mis penas, mis alegrías y mis recuerdos, me liberaba en cierto modo del peso que suponían. Las penas ajenas, por ajenas no dolían, y las propias, una vez narradas a quien quisiera escuchar, siempre resultaban más livianas y llevaderas. Por lo que respecta a las alegrías…, las alegrías siempre alegraban, fueran de quien fueran y vinieran de donde vinieran. Las alegrías no tenían dueño ni origen, sólo destino, y su destino éramos nosotros. Aquel era un buen trato para quienes habían dejado parte de su corazón a miles de kilómetros de distancia.

Un día llegó una nueva carta de mi familia, acompañada por la acostumbrada foto de grupo. Reflejaba los cambios habidos desde la última vez: una mamá, un papá, una hermanita, un hermanito y dos sillas. Rápidamente me dispuse a leer la carta donde, a buen seguro, se explicaría aquel cambio que la foto mostraba sin reparos. No tardé en confirmar mis sospechas. Uno de mis hermanitos había alcanzado la edad y había dejado el hogar para buscar un futuro. Se me encogió el estómago al pensar las pruebas a que se enfrentaría mi hermanito para alcanzar su futuro. Papá puso su silla junto a la mía, todo un detalle, nunca lucharéis solos, escribió en su nombre Clarita, la única persona de mi pueblo que sabía escribir y que solía hacerlo para mi papá. Y yo puse la foto en el tablón de los recuerdos, junto a las demás.
En cierta ocasión, alguien reparó en que mis fotos eran las únicas que tenían retratadas además de personas, sillas. Cuando me preguntó por qué, otra pregunta bastó para que lo entendiera: ¿Tu familia no espera que vuelvas?. Después de pensárselo por un momento, me contestó con cierto autorreproche que sí, que claro que sí, que cómo no le iban a esperar.

Todas nuestras familias esperaban que, de uno u otro modo, volviéramos y todos nosotros esperábamos volver, del primer modo que fuera posible; pero ninguna familia ni ninguno de nosotros sabíamos cuándo tendría lugar tal vuelta. Lo único cierto y verdadero es que el tiempo pasaba, corría, volaba y nos superaba, dejándonos atrás con diferencia; y también con un poco de indiferencia, porque al tiempo siempre le daba igual si nos iba bien o mal, nos pasaba por encima y nos arrancaba de cuajo los años y la juventud. Aquel sentimiento adquirió pleno sentido cuando recibí otra de aquellas fotografías de la  familia; en ella mamá, papá y cuatro sillas formaban el conjunto. Mis hermanitos y mi hermanita, como me ocurrió a mí en su día, habían alcanzado la edad a la que empieza el futuro. Decidí entonces encaminar todos mis esfuerzos a preparar un viaje que, con suerte, me permitiría demostrar a mis papás que no hay nada más resistente al tiempo y al olvido que el amor de un hijo.

Aunque aún pasó largo tiempo hasta que lo logré, por fin llegó el día. Había conseguido permiso de mis patrones, había reunido el enorme montón de plata que costaba el billete más barato. Compré regalos para la mamá, para el papá, y también para la hermanita y para los hermanitos. Con maña me las arreglé para que aquello no supusiera un problema de equipaje. Tenía todo listo y me disponía a salir de la casa con la maleta, no sin cierta turbación de espíritu. Al salir, en acto reflejo, se me ocurrió comprobar la correspondencia: había una carta. Era de mi familia. Venía acompañada de la consabida estampa de grupo. Seis sillas formaban el extraño conjunto. La maleta pesaba más que nunca y se me escapó de entre los dedos, yendo a dar contra el suelo con un fuerte estruendo, se abrió y los regalos se esparcieron por el suelo, como si ellos sí supieran que no iban a ir a ninguna parte. Me senté en el rellano con los pies colgando por las escaleras y los ojos colgando de aquellas sillas vacías de la foto. Me hubiera gustado llorar, pero nada conseguiría con ello; me hubiera gustado llamar a voces a la mamá y volver a verla, pero tampoco eso me hubiese ayudado a comprender por qué ese tiempo que dediqué a buscar mi futuro, acabó con mi pasado, acabó con mi familia y acabó conmigo.  Pero al cabo de un rato, una extraña y casi molesta sensación de serenidad se apoderó de mí, en aquel momento supe que estaba preparado, por fin, para afrontar con solvencia cualquier situación, por difícil que fuera su naturaleza.

Desde entonces he superado pruebas que, aunque difíciles, nunca resultaron imposibles para quien está preparado, tal y como acostumbraba a decir mi mamá.
Estas son, querido hijo mío, algunas de las experiencias que tu anciano padre puede contarte, para que encuentres tu futuro lo antes posible.

Por cierto, te envío la última fotografía que hemos tomado de la familia. La silla de la derecha es la de la hermanita, las dos de la izquierda son las de los gemelos, y la del centro —entre tu madre y yo— es la tuya. Esperamos que vuelvas pronto.

La silla – Víctor J .Sanz

Este relato está incluido en la colección que lleva por título “Desde la Torre“, de próxima publicación.

sábado, 9 de marzo de 2013

Amaury: La Novela

 

EL Poeta-Trovador-Cantautor-Novelista Amaury Pérez Vidal, uno de las voces favoritas de mi juventud, ha publicado en capítulos una novela inédita en Facebook: Como yo misma quería leerla y sé que luego que se fuera de portada, no sabría como encontrarla, y además, en estos días no está mi animo para lecturas, decidí guardarla para una lectura posterior.

Y como sé que muchos querrían hacerlo, con el beneplácito del autor la comparto con ustedes:

 



Foto Amaury: Del artista cubano Angel Alderete
Cuadro de Ulises Gonzalez para la carátula del libro

viernes, 4 de enero de 2013

La Poesía está en todas partes...

  Y claro, yo animadísima de ganarlos para mi colección de marca páginas, que sobrepasa los 700 ejemplares!!

"PINCELADAS DE POESÍA" : un proyecto lleno de ilusión. (sorteo de una colección de originales marcapáginas)

sábado, 22 de diciembre de 2012

Hoy no os traigo un poema, como tal, os traigo seis, vestidos de alegres colores y de mucha ilusión. Hace ya tiempo que tenía en la cabeza la idea de hacer unos marcapáginas con mis poemas. Al principio pensé hacerlos con fotografías pero luego conocí a Sonia y lo de las fotos ha quedado para un proyecto futuro. Un buen día, conocí la página de Sonia Koch, pintora chilena, y ya amiga, cuyo enlace teneis a la derecha, y me encantaron sus cuadros. Alegres, coloristas, me transmitian uno energia que sentía iba conmigo y mis poemas. Decidí escribirla, darle a conocer mi poesía y mi proyecto de hacer unos marcapáginas y ofrecerle colaborar conmigo en él. Ella me dijo que sí, que mis poemas también iban en sintonia con ella. Desde entonces hemos intercambiado muchos emails, con un entendimiento muy bueno y una hermosa amistad a través del oceano.


Hay muchas horas de trabajo detrás de estos marcapáginas. Busqué entre mis poemas los que por su extensión y por su tono de esperanza me gustasen para este proyecto. Busqué entre los cuadros de Sonia, los que sentía que casaban bien con el sentido de los poemas. Hice pruebas de colores para poder tener una colección completa en diferentes tonos y que a la vez cada uno de ellos fuese bien con los cuadros. Probé tipos de letras, hice el logo con el nombre para la colección "Pinceladas de poesía", porque aunan poesía y pintura y porque son una pequeña pincelada, un acercamiento a la poesía, una manera muy sencilla para que la gente que núnca ha leido poesía lo pueda hacer en poco tiempo y además con un objeto bello estéticamente y práctico. Les he puesto mucha mucha ilusión y aquí os los presento. Si a alguien le interesa adquirilos, su precio es de 7,5 Euros la colección completa mas gastos de envio. Me podeis mandar un email a través del contacto de la barra de arriba de la página con vuestra dirección y pagar de una forma segura con el link de paypal (por paypal o tarjeta de crédito ) a la derecha del blog. Hago envios a España, Europa y America. Para envios a America y paises europeos no miembros de la UE, contactar por email y dar número de documento de identidad para mandar la obligatoria factura.

Haré un sorteo de una colección el día 20 de enero de 2013, entre todas las personas que hagan comentarios a esta entrada y  además pongan en su blog un enlace a esta entrada o una alusión u opinión a esta entrada con una foto de los marcapáginas, mandandome el link en el contacto o poniendolo en el comentario antes del día 20 de enero a las 00 hora española. El sorteo es para España, resto de Europa y America. Comunicaré el ganador en este mismo blog. Se lo mandaré a casa sin cobro de gastos de envío.