sábado, 21 de marzo de 2009

Aún es tiempo de recuperar la Primavera

Por Rossina Valcárcel

Terca Opinión

La década del '60 se bautiza con un suceso cultural de gran significación: El viaje de Javier Heraud, poemario que alcanza el primer lugar, conjuntamente con Poemas bajo tierra de César Calvo en el concurso "El Poeta Joven del Perú", convocado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía de Trujillo. En 1961, escribe Estación reunida, con el que, en 1963, con el seudónimo del El Leñador, obtiene póstumamente el primer premio de poesía en los Juegos Florales convocados por la Federación Universitaria de San Marcos. El jurado lo integraron Javier Sologuren, Washington Delgado, Gustavo Valcárcel, Edgardo Pérez Luna y Arturo Corcuera.

¿Quién es este bardo joven que encandila con su poesía de versos breves y abundantes verbos? Sin saberlo, con delectación de artista, Javier moldea un estilo que trata de acercarse al ambiente de la época. Sus vocablos fértiles denotan eso y, cuando intuye la miseria, la imposibilidad del lenguaje para aprehender tanta vida, el poeta exclama: "Ah embarcación tonta / y muerta / nada pude hacer contigo / sólo destruirte para siempre."

¡Qué cercano a Rimbaud!, quien –joven como él– descubrió la ambigua omnipotencia del lenguaje. Sin embargo, Javier consciente de su historicidad, habitante de una "nación en formación" va más allá erigiéndose pregonero de la solidaridad humana. Por ello "su viaje" culmina en el reencuentro del hombre con su tierra y el resto de los humanos.

Miraflorino, nace a las tres de la mañana del 19 de enero de 1942. Su infancia –ese enorme caudal subjetivo que todos sobrellevamos– transita en el seno de una familia de clase media, esmerada en educarlo dentro de una concepción del mundo que parecía quieta y eterna. No crece infeliz ni desconfiado. Más bien con la seguridad que dispensan una cultura y ambiente armoniosos. Javier, en la adolescencia, era realmente un muchacho citadino. La evocación de su hermana Cecilia, muestra una relación familiar estable y tierna:

«Solíamos oír música en el viejo radio de tubos de los años '40. En él compartíamos las radionovelas que escuchábamos a escondidas de nuestro padre o las increíbles aventuras de Poncho Negro ("el invencible caballero / con su fuerte brazo y noble corazón, / corre el mundo destruyendo justiciero, / la codicia, la maldad y la traición")... Gustábamos de la música de la época y pasábamos horas entrenando pasos de rock. Me parece ver a Javier imitando, en medio de la sala de la casa, a Elvis Presley o haciéndome pasar en ambicioso paso entre sus enormes piernas abiertas. Escuchábamos a Bill Halley y sus cometas o a Pérez Prado y sus mambos (decían que la iglesia excomulgaba a quienes lo bailaban)...».

Tuve la suerte de ver a Javier en tres ocasiones, dos en San Eugenio, muy temprano, platicando con mis padres alrededor de una tacita de café, ahí sólo pude saludarle a lo lejos; no imaginé que estuvieran hablando de política. Luego el 9 de abril de 1962, en Santa Beatriz, cuando mi prima Moza Rospigliosi, cumplió 18 años y César Calvo la cortejaba. Asistieron el autor de Ausencias y retardos, Paco Bendezú, Hernán Cortéz, Tomás Escajadillo,Javier Heraud y esta alumna, uniformada. Saboreamos un lonche limeño y una breve conversa. Yo me senté a su lado, él me preguntó si me gustaban las fiestas; no sé porqué se me ocurrió decirle que no; quizá como gesto adolescente. Javier, sonriente y cómplice, me confesó que a él tampoco le agradaban mucho. Por cierto exageró.

También se palpa una intuitiva adhesión y respeto por los derechos humanos:
"Recuerda que tú nos hiciste honrados y reclamar la justicia" le escribía a su padre desde Cuba. Este marco de cariño familiar atraviesa la poesía de Javier, y no es ajeno a su inclinación por la gesta guerrillera. En su última misiva anota: "Me voy a la guerra por amor, por amor a mi padre y sus durezas, por amor a mi madre y su ternura, por amor a mi patria..."

Esa sensibilidad natural de Javier, cultivada en el colegio y en su hogar, enervaría en él esas antenas invisibles que tienen los poetas para otear la vida, y le advertían que "afuera", en el mundo, algo se estaba derrumbando. Con la huella de siglos de explotación y oprobio los comuneros de los Andes empezaron a exigir el derecho a la tierra. La red de dominación rigurosamente estratificada –que partía desde los grandes intereses internacionales y llegaba hasta el último indio a través de los hacendados y la burguesía nativa– empezaba a mostrar evidentes signos de agotamiento. Mientras, Javier escribía: "No derrumben mi vieja casa ...". Pero los acontecimientos estaban cargados de violencia. Desde el destierro, por la dictadura de Odría, "los poetas del pueblo", en su nueva filiación marxista (antes aprista) admiten ya, como Schopenhauer, que la historia se revela en toda su dignidad cuando el hombre ha hecho que estalle en su corazón la voluntad de poder. Pero estos escritores, fuertemente influidos aún por Vallejo, habían madurado demasiado para recurrir a la acción (excepción de los exiliados o perseguidos) y para tocar, con ella, el universo: exigían tan sólo devorarlo entero y crudo con los ojos de la poesía.

Javier estudiaba Literatura en la Universidad Católica. Su hermana Cecilia anota: "recibía presiones en casa para que estudiara Derecho. Al principio acepta, se matricula en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y comienza a frecuentar la casona del Parque Universitario. Amplía su círculo de amigos poetas con los que empieza a compartir una serie de actividades. Conoce ahí a Arturo Corcuera, César Calvo, Mario Razzeto, Reynaldo Naranjo, Pedro Gori, Rodolfo Hinostroza, Marco Olivera Alcántara".

Y viene el deslumbramiento: la revolución cubana y con ella Fidel, Camilo, el Che. Una necesidad de cambio estalla en el espíritu de Javier y sus coetáneos se sienten en medio de un huracán que los empuja cada vez con más fuerza, más allá de sus voluntades. Por ello sus recitales trascienden el acto poético y se cristalizan en actos políticos. Un compañero de combate, Pedro Morote, revive:

"Los jóvenes poetas junto con la dirigencia del FER sanmarquino, estaban a la vanguardia de las movilizaciones obreras y estudiantiles de aquellos agitados años de las postrimerías del segundo gobierno de Manuel Prado. Quien esto escribe, recuerda aún a los poetas, entre ellos a Heraud, Corcuera y Calvo, enfrentados a golpes en el atrio de la iglesia de San Francisco".

Heraud con una lucidez privilegiada, (era realmente brillante, había ingresado a la Universidad Católica a los dieciséis años y con el primer puesto) explora estilo y temas literarios propios. ¿No es acaso el río la necesidad de afianzar el movimiento, de crecer, la búsqueda de las nuevas aguas líricas que desemboquen en el canto luminoso? La soledad y los pasajes fantasmales de Machado, tan caros a Javier, darían paso a una fiesta de palabras en la que "los árboles cantan con su corazón de pájaro". Es ahí, por la faz del optimismo que entiende que escribir no es alejarse de la vida para contemplar desde un mundo en reposo las escenas platónicas y el arquetipo de la belleza, ni dejarse penetrar por las palabras desconocidas –como espadas– que nos cercan por detrás, sino es ejercer un oficio, como bellamente lo señalan estos versos de su Arte Poética:

"(...) Pero conforme pasa el tiempo / y los años se filtran entre las sienes, / la poesía se va haciendo / trabajo de alfarero, / arcilla que se cuece entre las manos / arcilla que moldean fuegos rápidos..."

¿Se es lo que se hace? ¿Uno mismo se puede hacer en esta sociedad donde el trabajo está enajenado? ¿Qué hacer, qué finalidad elegir hoy? ¿Y cómo hacerlo, con qué instrumentos? ¿Cuáles son las relaciones del fin y los medios en una sociedad basada en dominación y violencia? Estas preguntas, sartreanas por esencia, hallan en Javier la única respuesta posible, el compromiso: "...
Y la poesía es / un relámpago maravilloso, / una lluvia de palabras silenciosas, / un bosque de latidos y esperanzas, / el canto de los pueblos oprimidos, / el nuevo canto de los pueblos liberados..."

A propósito, Héctor Béjar, compañero de armas de Javier, da este testimonio:
"Yo creo que Javier es un caso extraordinario en el que la poesía y la revolución se entrecruzan con una fuerza inédita en nuestra historia. Javier siguió escribiendo incluso en la guerrilla (...) Es evidente que también su poesía, acusa una evolución que desgraciadamente no es muy conocida porque gran número de sus poemas se perdieron con su muerte. Pero, creo que él, aunque sea difícil decir esto, y siempre es tan riesgoso decir lo que ha podido pensar –de alguien que ha muerto – había decidido ser sobre todo un combatiente, un revolucionario. Esa era su actitud (...)"

Paralelamente, Julio Dagnino sostiene: "De La Habana a Bolivia habíamos viajado por diferentes rutas para lograr nuestra finalidad de entrar armados al país. Con Javier Heraud me vi nuevamente en La Paz. Nos cruzamos sin dirigirnos la palabra pues viajábamos clandestinos. Cuando surcábamos el río Chapare, en Cochabamba, nos volvimos a ver; a propósito de un círculo que se organizó con él, Héctor Béjar, Abraham Lama ("Junco") y yo. En las orillas del río, entre otros puntos, tratamos sobre el realismo socialista y la presencia canónica de Joyce y Proust. En ese debate Javier, que era muchos años menor que nosotros, destacó. La forma de plantear el problema y el desarrollo no esquemático que le dio al papel de la literatura en el proceso de la revolución socialista fue convincente en el círculo que se caracterizaba por su posición crítica a los sesgos que entonces iba tomando el realismo socialista.

Escuchemos, la "Explicación" de Javier:

"Antes hablé del río y las montañas, / canté al otoño, al invierno, / maldije al verano y a sus ritos. / Hablé, paseé, pisé otras tierras, / dije paz en Moscú, en plazas, / en calles y puentes. / Hoy hago otra cosa / (...) Un día conocí a Cuba / conocí su relámpago de furor (...) Y recordé mi triste patria, mi pueblo amordazado, / sus tristes niños (...) Triste Perú, dijimos, aún es tiempo, de recuperar la primavera... Se acabarán, dijimos, las fiestas / palaciegas para los menos / y las mesas sin comida / y con hambre."

Cuando treinta balas dum-dum lo atraviesan, entre pájaros y árboles, Javier hace estallar en mil pedazos la torre de cristal en la que hubieran deseado seguir refugiados muchos intelectuales. La época exigía no sólo lugar al incendio con la palabra. Por ello Javier Heraud se constituye en una respuesta ideológica, cultural y política frente a la inoperancia del desarrollismo y al fracaso de la burguesía nacional.

En la carta dirigida a Arturo Corcuera, desde París, le comenta su lectura de Marx y Lenin y su asombro: él era ya, antes de revisarlos, "marxista, leninista". Javier nos permite entender no sólo el rol de la violencia revolucionaria, sino el significado de la década del sesenta en la historia peruana contemporánea y en la historia general de nuestro país. Desde su trinchera, él nos muestra, lo que a tientas sospechábamos: en el Perú, también la poesía –ese bastión inaccesible de la imaginación–, nunca había sido pura. El más puro de todos, Eguren, estaba lleno de mundo. Su cercanía a Mariátegui influyó en ello. Y están también Melgar, Oquendo, Vallejo.

El gesto de Heraud, asumido con plena responsabilidad y que expresa una adhesión al mito revolucionario de la época, da un valor histórico a su bella existencia. Lo convierte en el paradigma de la generación del '60. El mérito de Javier es que siendo fruto de su tiempo, trastrueca su historicidad, influyendo y proyectándose en el continente. Elevando la escritura, creando canales de expresión inéditos en nuestra literatura, superando el divorcio entre lo puro y lo social, abriendo la reinserción progresiva del lenguaje en la historia social. Los límites del lenguaje fueron revisados por él en el monte. Y aunque Javier cayera, su mensaje, signado por la fe y la esperanza, ha convulsionado a todos sus contemporáneos.

sábado, 7 de marzo de 2009

Mi Musa Miliciana: 8 de marzo

Un querido camarada de lucha en esta Batalla Ideológica que libramos contra la desinformación y la mentira de los grandes medios, nos hizo llegar este poema, dedicado a una compatriota, y le pedimos nos permitiera compartirlo con nuestros lectores:

Mi Musa Miliciana: 8 de marzo
Por Manuel Mosquera

Hoy

Te escribo desde mis lágrimas

Desde mis rojos crisantemos

Desde esta pasión que me devora

Para decirte:


Amada camarada

Veo brotar de tus flores amarantas

Aquel canto dejado por los héroes

Esquirlas de dolor hieren mi corazón


Ah!!! Los valientes comunistas

Las banderas rojas desplegadas

Y en la cima de tus letras

El dolor y el amor

Reinician jubilares el camino de la gloria


Nos encarcelarán

Nos fusilarán

Nos masacrarán

El cadalso buscará nuestros nombres
Emboscará nuestros pasos

Pero nunca/ Pero nunca Amor mío Cerrarán los ojos de la primavera


Imagen: "Miliciana", de Alberto Korda